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lunes, 18 de febrero de 2013

En nombre de la libertad



Terrorismo
1. m. Dominación por el terror.

2. m. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.
3. m. Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos. 
     (Diccionario de la Real Academia Española)



Dime un nombre. Yapo. Sólo un nombre. Si todos tus amigos son comunistas. Un nombre. Te pillamos comprando libros de comunistas, esas weas te van a traer problemas pero si me das el nombre de alguno de tus amigos comunistas te puedes ir. Yapo. Habla, mierda. Una cachetada vuela atravesando su rostro. Un hilo de sangre se escapa de su boca. ¿No vas a decir nada? Ella, la mujer amarrada y colgando del palo atravesando el techo, lo mira a los ojos, desafiante y en un intento de aferrarse a algo de dignidad. Un mínimo posible. Una fantasía cuasi delirante en su contexto. Otro golpe conecta con su mejilla. El hombre que estaba frente a ella, autor de los golpes y oficial interrogador, se soba la mano con cara de incrédulo por la fuerza utilizada en esa última cachetada. La mujer lo vuelve a mirar. Me estás doblando la mano; no quería llegar a esto. Cabo, llévela al catre.


Bienvenido. Buenos días. Algún guardia del palacio de gobierno lo recibía. ¿Cómo se llamaba el weón? ¿Pérez, Pereira, Portugal? Otro roto más, aunque sea militar. El presidente lo verá ahora. Se le había olvidado que ahora se hacía llamar presidente. Insólito. Engañar a la población para hacerles creer que podía legitimar su gobierno. Esboza una sonrisa. Pero fue una estrategia interesante manipular dispositivos democráticos para validarse como presidente. Pero de todas formas son los militares los que gobiernan y hay que aprovecharse de eso. El guardia se detiene frente a una puerta; se veía más grande de lo que se imaginaba, quizás sea un efecto simbólico, con el dictador al otro lado. Perdón, “presidente”. Se arregla la corbata y su chaqueta, contemplando el maletín que llevaba. Es hora de hacer el trato.


La oficina del General era enorme, digna de un palacio de gobierno, digna de un dictador con todo el poder que tiene. Y ahí estaba sentado en su escritorio mirando hacia afuera y hacia la ciudad, el hombre con el que venía hablar yacía en uniforme, figura imponente que encarnaba todo lo que había sucedido durante los años de dictadura. Los llevaba consigo y desplegaba hacia el resto. ¿Cómo dormirá tranquilo este hombre? Tome asiento señor. El presidente se acerca y le da la mano fuertemente, manteniendo contacto visual. El hombre de traje estaba tenso, sin saber cómo aproximarse a tamaña figura.


Y el dictador ríe. ¡Relájese hombre! Le golpea fuertemente el brazo. ¿Un vaso de whisky? ¿O prefiere acaso ron cubano, como los comunistas? Aunque hay que admitir que si algo hacen bien esos comeguaguas es su ron. Mira sonriendo a su visitante y le ofrece un vaso de alcohol, el cual recibe aun incrédulo. No lo imaginaba así, para nada. Lo imaginaba frio, calculador, seco. Pero no se mostraba así, sino que amigable, cercano y amable. Ahora, señor, a lo que vino. El hombre pone el maletín en su falda y lo abre, extrayendo un par de hojas, aun un poco ansioso. Los ojos del general brillaban. Señor Presidente, mis clientes están extremadamente contentos con cómo se han llevado las cosas en su gobierno. Desde el golpe que sus ganancias han aumentado exponencialmente a la vez que se han asegurado sus inversiones en el país gracias a sus políticas de libre mercado. Acá están entonces, los contratos por las licitaciones, además de la orden de transferencia de fondos a sus cuentas; con esto tanto usted como nosotros estaremos listos por mucho tiempo más.


¡Súbanle! Los gritos de la mujer llenaban la sala donde se encontraban. ¿Nos vas a dar los nombres ahora? Silencio. Otra descarga. ¿Y ahora? Silencio. Otra descarga. ¿Nada? La verdad es que no tenía nada que decir. Había comprado unos libros que le habían parecido interesantes. Por supuesto que militaba en el partido socialista, partido del presidente, pero eso es todo. Jamás había tomado un arma en su vida y no quería hacerlo. Había aprendido desde pequeña que quitar una vida no se justifica por nada ¿y si fueran sus hijos o parientes? No era pensable para ella. Quizás algunos compañeros del partido creían en la vía armada, pero estábamos en camino a una sociedad mejor ¿quién querría destruir eso? Lágrimas caen por sus ojos. Apenas estaba consciente de lo que pasaba a su alrededor, ya que había aprendido a bloquearlo todo para evitar el dolor. Sólo funcionaba hasta cierto punto. El hombre suspira profundamente y se dirige a un maletín que había en la parte de atrás de la sala del cual saca una vara gruesa de metal con pequeñas puntas. Esto va a ser más doloroso. ¡Denla vuelta!


Mientras introducían la vara por su vagina y ella gritaba por el dolor, su mente se encontraba en otro lugar, o al menos trataba de estarlo. Estaba caminando por la calle con su hija, mirando cómo los militares allanaban la población en donde vivían, llevándose esposos, hijos, hermanos con las manos en la cabeza y el corazón en la garganta. ¿Por qué se los llevaban? ¿Por pelear por un mundo donde ya no serían pobres? ¿Dónde los ricos no pasarán más por encima de ellos? No todos nosotros portamos rifles ni pistolas. Y aun así ¿no se supone que el estado debería garantizar nuestra vida y dignidad? Vaya forma. También llegaron los toques de queda. Militares andaban por las calles todo el día, todos los días, buscando excusas para tomarnos; no les era muy difícil. Sangre ya corría de su entrepierna y bañaba el catre hasta llegar al piso y el hombre continuaba sus movimientos y la sangre salpicaba sobre su brazo y hasta su rostro. Puta que tiene aguante esta perra. Se detiene respirando agotado y transpirando, tras haber roto la vagina de la mujer con los movimientos y las puntas de su vara de metal. Me están matando por soñar por una vida mejor y hacer todo lo posible por cumplirla. Y ellos ¿por qué pelean? El hombre se baja los pantalones mientras las lágrimas y la saliva y la sangre y los fluidos de la mujer escurrían por el metal hacia el piso.


Pronunciamiento militar ¿Cómo? El gobierno anterior era inconstitucional, estos comunistas iban a llevar el país a la ruina, por lo que tomar el poder fue un acto necesario y absolutamente constitucional dadas las circunstancias. Salvamos al pueblo del marxismo. Sin duda que eso es lo que estamos tratando de levantar como la versión oficial. Pero el pueblo no olvida fácilmente, así que es complicado, por lo menos. El hombre se mantenía sentado. Incrédulo. ¿Cómo podía creer todas esas cosas? Sonríe. Mis disculpas señor presidente. El general lo mira y ríe. No se preocupe joven. Hoy es un día de celebración. Hoy termina el principio de la venta de este país. Nos haremos ricos y le diremos al mundo que cualquiera puede serlo, pero no todos.


Y esto es todo lo que alguna vez serás. ¡Pañuelo! El suboficial le entrega un paño con el que procede a limpiar su miembro cubierto de sangre y que había marcado el cuerpo de la mujer. Mujer rota. Mujer quebrada. Mujer pobre. Negra. Mapuche. Mujer víctima de abuso, antes y ahora, por ser distinta y querer algo mejor. Pero qué importa ahora. Es sólo un medio, sólo un pedazo de carne, sólo una lista de nombres.


Pero es también una mujer fuerte. Mujer valiente. Mujer pobre. Negra. Mapuche. Mujer que no se rinde. No dice ninguna palabra mientras tiene sobre ella a aquel vil hombre. Ya iracundo por lo poco fructífero de sus métodos el hombre termina de limpiarse la cara del sudor y tira el paño sobre la mujer. ¡Perra inútil! Recibe un golpe. Ya me cansé. Llévensela. Pero no podía levantarla aquel débil hombre. No podía frente al peso de su lucha, su vida, su historia y su amor. Tres hombres pudieron levantarla apenas, pero para entonces ya no tenía sentido. Su sangre y sus lágrimas ya bañaban el suelo por el que pasaba, suelo que pronto conocería bien, pero no antes de darlo todo.


El joven se levanta y se retira de la oficina, no sin antes despedirse del dictador. Asombrado camina por los pasillos del palacio pensando en lo que había presenciado. No creía en mucho más que el dinero y eso lo tenía claro. Al igual que estos políticos y militares. Pero ¿cómo podría ahora dormir tranquilo sabiendo lo que sabe y habiendo participado como lo hizo en la venta del país y la destrucción de tantas vidas? Basta con ver los índices de pobreza en la capital simplemente, que han aumentado desde el golpe. Mientras se retira y pasa por los puntos de control militar y saluda a los policías en la calle y ve a militares entrar y salir a su gusto por el lugar algo hace click en su cabeza. Algo está mal. Una lágrima corre por su mejilla, habiendo entregado el país y a su gente en bandeja.



lunes, 11 de febrero de 2013

Quehui



Así que esto es Quehui. El pueblo contaba una veintena de casas, sino menos; un arcoíris con los más particulares colores. La torre de la iglesia que se erguía en lo que podríamos llamar el centro, pero que no puede medirse en los mismos parámetros que una zona urbana, era la estructura más alta de la isla. Barcos pequeños cruzaban por el mar más allá de la arena de la playa que bañaba los pies de los oriundos chilotes y se mecían con las fuertes ráfagas de viento proveniente del mar interior. Quehui. De todas maneras el viejo tenía razón: es el lugar más hermoso que he visto.


Estábamos parados en el comedor de la sede vecinal. Las fiestas costumbristas llenan febrero en el archipiélago de Chiloé en las costas del sur de Chile. Acercándose al aniversario 446 de la ciudad de Castro nos dejamos caer en la Isla Grande y nos dirigimos a la sede vecinal de Gamboa Alto para su fiesta costumbrista. Viendo que hacer, nos encontrábamos observando nuestro alrededor. Había todo tipo de personas: altas, bajas, solas, acompañadas, alegres, tristes; aquella diversidad que suele acompañar los grupos humanos. Había un hombre en una esquina, cerca de la puerta de salida, con cabellos blancos y ojos pesados y el peso de la edad en sus hombros. Traté de no mirarlo por interesante que parecía, comiendo solo con una botella de vino, un plato y una lata de cerveza. Ya habiendo dado unas vueltas con la mirada al espacio, el caballero solitario nos hace un gesto con la mano para que nos acerquemos.


El viento proveniente de la Isla Grande hacía flamear mis cabellos haciendo patria sobre su cabeza vacía e intentando arrancar sus ropas para dejarlos desnudos sobre el transportador. El cigarro apenas se mantenía encendido en la mano de la mujer, corriendo a apagarse para salvarse del viento y el frío y el olor a mar que inundaba el lugar. Se miraron sonriendo y se tomaron de la mano. El hombre sacó su cámara y procuró tomar una buena toma de su acompañante, mientras ella trataba de sonreír y mantener los ojos abiertos con el viento azotando fuertemente revoloteando sus cabellos por delante de su cara. No quería esconderse pero la brisa parecía querer otra cosa. Rieron fuertemente ante la situación que les daba la bienvenida en su primer viaje al archipiélago juntos.


Llegaron a Chacao, mirando desde la ventana del bus la maravilla de los paisajes de la Isla. El canto de la gente los conmovía, así como el habla de las aves que llenaban el cielo en Ancud. Los caminos junto al mar y los botes estacionados en él los encantaban con sus movimientos seductores guiados por las olas malditas proxenetas encantadoras sirenas del extranjero. Les era imposible quitarse la sonrisa del rostro y las manos de encima, tomados por la magia de la tierra y su gente. Puede sonar siútico y eso está más que claro. Pero ustedes no saben, o quizás no quieren creer, en que Chiloé es efectivamente un lugar lleno de magia. Y cualquiera que los viese juntos podría dar fe de eso. Luego a Dalcahue y a Achao y a Queilén. No querían perderse ningún lugar.


Llegaron a Castro un día de aquellos. Pleno verano y con el sol quemando la piel y secando sus gargantas. Lo primero era ir a la feria. No el lugar mágico que uno esperaría de Chiloé pero si necesario para quitarse de encima a los familiares interesados en recuerdos o regalitos de cualquier índole, mientras pareciera folclórico. Pasearon por la bahía caminando después de eso envueltos en el velo del viento y el amor y la magia. Hasta que pasearon por el puerto y vieron los barcos y las lanchas y se sintieron llamados por ello y la sed de aventura y lo desconocido. Los llevamos a Quehui. Una islita maravillosa como a 2 horas en bote. Cantadito como buen chilote apuntaba a su lancha, nada extraordinario pero levantada orgullosa soportando el leve azote de las pequeñas olas de Castro. ¿Cómo iban a resistir?


¡Siéntense! Ahora pueden estar más cómodos. Nos sentamos frente al caballero en la mesa cuadrada, sonriendo tímidamente ante tan extraña y aleatoria invitación. Se nota que son turistas, yo vengo de Santiago. Nos miramos. Somos de Viña del Mar. Los tres compartimos risas ante la coincidencia. Me encanta Chiloé, es un lugar maravilloso, hermoso y mágico. Estoy acá desde hace un par de días y ahora vengo llegando de Mechuque que tuve un accidente y me hice cagar la pierna. Ando medio cojo como verán. Pero desde siempre que he venido a Chiloé. Con mi esposa viajábamos cada vez que podíamos pero hace unos veinte años que no vengo. ¿Han ido a otras fiestas costumbristas? Porque para estas fechas se llena. Verán la de Achao pronto y después viene la gran fiesta chilote a fin de mes. Mirábamos al viejo mientras contaba sus historias y nos hablaba de su vida en Santiago a la vez que nos reíamos y sonreíamos, conscientes ambos de lo particular de la situación.


Nos dirigimos a una pequeña casa que se parecía a la de la foto del hostal que habíamos reservado. Había sido todo muy extraño y con una tónica radicalmente distinta a la que solían tener nuestros viajes al archipiélago. Quizás eran las particulares circunstancias que nos habían llevado a Quehui para empezar, desde la invitación que nos llegó por correo, pero definitivamente tenía una sensación extraña. Se tomaron de las manos y avanzaron por las escaleras que daban a la puerta. No había señal alguna de que era efectivamente un hostal, lo cual parecía desconcertarlos un poco, pero golpearon de todas formas. Sabían que las cosas no funcionaban como ellos acostumbraban en las ciudades y eso es parte de lo maravilloso de este lugar; que estuvieran inquietos y entumecidos no era sino consecuencia de las circunstancias que los habían llevado a estar ahí.


Navegaban por el mar azul en la costa de Castro, ciudad que desaparecía en la medida en que se alejaban de ella y se adentraban en el mar abierto. Bueno, no tan abierto. La isla de Quehui iba de a poco entrando en el campo visual, una vez que pasamos la isla Lemuy, junto a su hermana Chelin. El verde se iba apoderando del espacio en la medida en que se acercaban, aunque el azul del mar nunca se perdía totalmente, inconfundible entre árboles y el pasto de los terrenos de ganado y las plantas. Se encontraban anonadados por la belleza del lugar y absortos completamente en ella y su canto de puta sirena. Bajaron del bote y pagaron a su dueño lo debido, quedando en que en un par de días llegaría a buscarlos. Se abrazaban y besaban mientras se dirigían al lugar en el que el navegante había dicho podían alojar. Él le agarró el poto a su acompañante a modo de juego mientras que ella lo golpeaba en respuesta.


¿Y ustedes que hacen? ¿Estudian? Nos costó salir un poco de la hipnosis a la cual estábamos sometidos escuchándolo. Somos estudiantes de psicología. El viejo suelta una carcajada y se golpea la cabeza. Y yo que esperaba alejarme de ustedes. Puta la huevada que es difícil. Continúa riendo. No sabíamos bien cómo reaccionar ante ello y optamos por reír también, entendiendo que algo relacionado con nuestra carrera hacía el caballero. ¿Por qué? Hizo un esfuerzo por calmarse. Es que soy profesor de psicología en un liceo en Santiago. Ahora nosotros nos reímos más fuerte que nuestro acompañante. Conversamos de actualidad: selección universitaria, protestas, educación. Divagando como desde el principio de nuestra conversación, sin cambiar el curso del devenir de la conversación sin curso, atados al aliento errante del viejo canoso y al rugir incesante de las conversaciones de los vecinos. ¿Han ido a Quehui alguna vez? Con mi mujer íbamos siempre que veníamos al archipiélago. Respondimos negativamente con la cabeza. Quiero que entierren mis cenizas allá. Ya le dije a mi hijo que tenía que hacer eso. Soltar mis cenizas y las de su madre al costado de la iglesia. Lo miramos cada vez más absortos en su relato. Y bueno, mi mujer falleció hace unos años ya, así que me queda esperar nomá, aunque yo le había dicho que yo tenía que morir primero. Pero por eso ando con sus cenizas acá, siempre viajo con ella.


Una vez en el hostal se miraron a los ojos y dijeron que iban venir cada vez que viniesen a Chiloé y que iban a venir a Chiloé seguido, lo más posible. Conocieron y reconocieron la isla el par de días que tuvieron antes de que los recogiera el navegante. Le agradecieron con un abrazo haberles presentado tan hermoso lugar y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían conocido y que iban a venir siempre que pudiesen. Se bajaron felices y continuaron su viaje: Cucao y Quellón. Y cada vez que volvieron a Chiloé, que no fueron pocas veces, juraban que sus cenizas iban a quedar en Quehui. Hasta que la mujer, enferma de un cáncer que la acosó por años, falleció y el hombre quedó solo. Y luego viejo.


A la noche golpearon la puerta de su habitación en el hostal de Quehui. Al abrir la puerta nos encontramos con un hombre de unos treinta años, no muy alto y un poco rellenito; una barba negra cubría su cara y un pelo negro largo su cabeza. No era muy memorable, de no ser por la mirada en sus ojos. Una mirada familiar. Lo saludamos de abrazo antes de que dijera cualquier cosa y le dimos nuestro pésame por su pérdida. Muchas gracias. Es hora. No tuvimos que sacar nada de la habitación. Salimos del hostal siguiendo al caballero, en dirección a la iglesia de Quehui.


Bueno chiquillos, es hora de irme. Pone un corcho sobre la botella para taparla. Eso me lo enseño mi esposa. Solía emborracharme mucho porque no quería desperdiciar un vino cuando salíamos; siempre sobra o siempre falta. Guarda la botella en su mochila y saca una cámara. Nos pregunta los nombres y apunta con su máquina fotográfica en dirección a nosotros. Nos agradece la conversación y se retira, con la mochila a cuestas y cojeando, evidenciando su accidente. Probablemente lo volveríamos a ver. O eso queríamos pensar como si de alguna manera nuestras vidas estuvieran sincronizadas, o si en el devenir de ésta fuésemos a intersectar fortuitamente nuevamente. Qué bonito es pensar así. La verdad es que nunca más lo vimos.


Ya nos encontrábamos de vuelta en el continente. Ya había pasado el tiempo y se notaba. Ya habíamos vuelto a Chiloé muchas veces. Pero nunca nos fuimos realmente; verdaderamente. Hasta que una carta llega por el correo. Inusual. Una carta con un nombre familiar, pero sin rostro, cercano pero a contraluz. Leímos el contenido y recordamos. Estimados amigos. Esta carta se las dirijo porque es hora. Nunca olvidé nuestra conversación y espero que ustedes tampoco lo hayan hecho. Si están leyendo esto es porque nos encontraremos en Quehui. Mi hijo estará haciendo todos los trámites para ir a dejar mis cenizas y espero que estén ustedes ahí también. Espero que puedan cantar bajo las estrellas del sur al costado de la iglesia en mi nombre y mi memoria. Espero que puedan cantar también en memoria de mi esposa. Ambos seremos juntos parte del viento y nos perderemos en la noche. Y también seremos parte de la tierra. Y el agua. Sólo espero que puedan acompañarme. Se despide atentamente. Su amigo.


El viento proveniente de la Isla Grande hacía flamear sus cabellos haciendo patria sobre sus cabezas vacías e intentando arrancar sus ropas para dejarlos desnudos sobre el transportador. El cigarro apenas se mantenía encendido en la mano de la mujer, corriendo a apagarse para salvarse del viento y el frío y el olor a mar que inundaba el lugar. Se miraron sonriendo y se tomaron de la mano. El hombre sacó su cámara y procuró tomar una buena toma de su acompañante, mientras ella trataba de sonreír y mantener los ojos abiertos con el viento azotando fuertemente revoloteando sus cabellos por delante de su cara. No quería esconderse pero la brisa parecía querer otra cosa. Rieron fuertemente ante la situación que les daba la bienvenida en su último viaje al archipiélago juntos.



domingo, 27 de enero de 2013

Una explicación posible de la crisis socioeconómica y otras cosas



Llegó de improvisto, de un momento a otro. O al menos así nos parecía que había sucedido; puede ser que no nos habíamos dado cuenta. No nos dimos cuenta hasta que ya era demasiado tarde, sea como sea. Y no podemos culpar a nadie más que a nosotros mismos.

Pero aun así, a pesar de ello, empezó de poco a poco.

Un caballero llega del negocio con una bolsa de pan, despliega los trozos en la mesa de su comedor, ansioso por comer algo y pensando que tendría pan para la semana entera. Qué extraño. Uno, dos, tres… cuenta los objetos sobre la mesa. Cuatro, cinco, seis… estoy seguro que había comprado más pan.

Una anciana va a retirar su pensión. Está tranquila porque toda su vida se ha preocupado de ahorrar pensando en este momento. Faltan solo dos personas. Se acerca a la ventanilla una vez que es su turno. Documentos. Busca apresurada en su cartera y entrega lo requerido. La mujer estira la mano y retira el dinero. El brillo en sus ojos se apaga de golpe. ¿Esto? ¡Estaba segura que era más! Debe haber algún error.

Y así las historias fueron aumentando exponencialmente. Extraño, sí, pero nada completamente anormal y fuera de lo común. Aún no nos dábamos cuenta.

Hasta que empezó a desaparecer dinero de nuestras cuentas corrientes y de ahorro. Lo comprado también se esfumaba, pero ya no era solo el pan para el té, sino la comida para el almuerzo. Los materiales de las escuelas desparecían, los fondos destinados a ellas se esfumaban, al igual que dinero destinado al sector público. Carteras y bolsos se perdían frente a sus dueños sin que nadie viera nada. Empresas despedían y cerraban porque sus productos desaparecían.

Frente a esto, surgieron explicaciones. Algunos culpaban a la gente pobre o al trabajador, acusándolos de estúpidos, ineptos o simplemente perversos que hacían esto a propósito, pero parecía ser demasiada coincidencia. No podía ser todo culpa de ellos. Otros, quizás la mayoría, culparon al sistema y a los grandes empresarios, pero no podían ser tan malos si se preocupaban de dar trabajo a las personas y de pagarles sueldos que no eran tan terribles. No podía ser su culpa, si al final son tan buenas personas.

Ante la ausencia de respuestas objetivas tuvimos que recurrir a lo único capaz de llegar a la verdad: la ciencia. Por días, semanas, meses y años los mejores científicos del mundo se reunieron, encerrados, intentando descubrir lo que estaba sucediendo en el mundo.

Mientras tanto, el resto del mundo discutía, protestaba, golpeaba y era golpeado, sufría por las pérdidas. Sólo un pequeño porcentaje no se vio afectado. ¡Qué suerte la suya! Nos olvidamos de la vida tranquila, en constante conflicto y preocupación, mientras nos trataban de convencer de que nada estaba sucediendo y que siempre había sido así, para no perder el control. Pero ya era demasiado tarde.

Pero todo cambió cuando los científicos hablaron. Un estadio lleno de gente se convocó para el veredicto del dream team de investigadores; el mundo entero se detuvo. Señoras y señores. Después de meses y años deliberando entre los científicos más connotados del mundo, hemos llegado a la única respuesta posible a la crisis que azota hoy en día al mundo entero: la realidad como la conocemos se está fragmentando. Un silencio total recorrió la tierra entera. El tejido mismo de la realidad se desvanece frente a nuestros ojos y no hay más que hacer que esperar a que suceda. Muchas gracias. Buena suerte. No sólo los espectadores del estadio, sino todo el mundo, todos los que en ese momento veían la transmisión se miraron, abrazaros y salieron a vivir su vida.

Así, de esta manera, el mundo fue feliz. Y a la hora predestinada por los científicos, todo el mundo se tomó de las manos, se despidió de sus seres queridos, besó a sus amantes y esperó donde quería esperar el fin del mundo y la completa fragmentación de la realidad.



jueves, 24 de enero de 2013

Refugio

para Constanza


Tócame
con tu mirada
Implacable y recorre con ella
mi espalda, mi pecho;
Implacable y toma con tu aliento
la palabra que escriba
el amor y el goce
que tu mano habla cuando
Implacable, recorre
mi pecho, mi espalda, mis labios
susurrando 
mil y un aventuras
placeres reservados
a los amantes encontrados
huyendo
Implacables y recorriendo
las líneas profundas marcadas
en el cuerpo inconfundible
que se vuelven enlazados
con la mirada.