Decir terrible quizás pueda sonar fuerte para quienes son
más sensibles y políticamente correctos, o para quienes son más cercanos al
catolicismo, y quizás la religión en general. Hablo de esta religión en particular
debido al lugar que ocupa a nivel socio-político y económico en el país, como
grupo donde el ejercicio del poder se ha concentrado y se dirige, de alguna
manera, al control de los sujetos.
Uno podría decir que la religión católica se sostiene en la
fe en el Dios de la biblia. Pero no basta con eso, sino que lo que logra
cohesionar la institución es una serie de normas y de mandatos que enmarcan las
acciones de los sujetos miembros de la iglesia y que delimitan un espacio de
acción particular. Por lo mismo, estas normas se arraigan en un código moral
rígido y argumentado desde una suerte de iluminación divina, que no tiene mayor
sustento en lo material sino que justamente se justifica en tanto dispositivo
de subjetivación y los intereses de la institución.
Quizás pueda sonar exagerado, pero un ejemplo vendría a ser
la campaña de desprestigio que la Iglesia ha llevado a cabo con respecto a
personas homosexuales, particularmente con respecto al matrimonio homosexual.
Aliada a psiquiatras de dudosa reputación o a concepciones ya obsoletas al
menos 30 años atrás, busca patologizar dicha orientación sexual. Además de
plantear lo catastrófico que sería el matrimonio homosexual para la humanidad.
Declaraciones sostenidas en el aire.
Esto responde entonces al establecimiento de una moralidad
rígida y de mandatos inflexibles donde la heterosexualidad es imperativa y el
matrimonio, sagrado. Vemos como la institución es entonces cómplice de un
sinfín de dispositivos de control.
Lo mismo podríamos decir con respecto al sexo fuera del
matrimonio, visto como un pecado, concepto importante para garantizar la
efectividad de las normas sostenidas por la institución. En la medida en que el
realizar un acto sexual fuera del matrimonio, e incluso para un fin distinto de
procrear, sería mal visto a los ojos de Dios, poniendo en peligro el favor de
éste, es necesario arrepentirse y dis-culparse. La culpa es entonces otro
elemento fundamental para el funcionamiento del código moral de la institución.
La moralidad establecida por la Iglesia se instaura fuertemente en el
psiquismo, en tanto su realización garantizaría la salvación y la vida eterna y
blablabla. En resumen, se vuelve altamente deseable y se establece como vara
que mide la actitud propia de cada uno de los súbditos de la iglesia. Y esto se
internaliza por supuesto, y la culpa sirve para volver a encaminar al sujeto
hacia el camino “correcto”.
Por lo tanto, lo anterior sirve como ejemplo para plantear
la poca flexibilidad con la que cuentan quienes pertenecen a la institución
católica, en tanto la institución no permite un campo de acción amplio, donde
se facilite la reflexión sobre las prácticas realizadas y se posibilite el
empoderamiento de los sujetos. Estos se someten a una jerarquía pre establecida
y justificada a partir de un mandato “divino”, lo que no permite su discusión y
su cuestionamiento desde la misma institución. De esta manera, no contarían con
una gama muy amplia de herramientas que le permitan resolver situaciones
particularmente críticas de manera comprensiva y dinámica, sino desde sus marcos
de acción y reflexión rigidizados por la ideología de la iglesia católica.
Esto vale, a mi parecer, para todas las instituciones
religiosas, que buscan mediar entre el sujeto y “lo divino” que este pueda
sostener. La noción de Verdad que levanta cada una de ellas niega las
posibilidades de otra forma de ver la vida y de actuar, distinta a la planteada
por la institución, lo cual a su vez invisibiliza las posibilidades que otras
maneras de pensar e intervenir en el mundo puedan aportar. Se cierra entonces
al mundo más allá de su doctrina, y a las posibilidades de cambio profundo que
puede devenir del contacto con la realidad material.
No hay comentarios:
Publicar un comentario