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sábado, 22 de diciembre de 2012

Algunas consideraciones sobre lo terrible de la Iglesia Católica


Decir terrible quizás pueda sonar fuerte para quienes son más sensibles y políticamente correctos, o para quienes son más cercanos al catolicismo, y quizás la religión en general. Hablo de esta religión en particular debido al lugar que ocupa a nivel socio-político y económico en el país, como grupo donde el ejercicio del poder se ha concentrado y se dirige, de alguna manera, al control de los sujetos.

Uno podría decir que la religión católica se sostiene en la fe en el Dios de la biblia. Pero no basta con eso, sino que lo que logra cohesionar la institución es una serie de normas y de mandatos que enmarcan las acciones de los sujetos miembros de la iglesia y que delimitan un espacio de acción particular. Por lo mismo, estas normas se arraigan en un código moral rígido y argumentado desde una suerte de iluminación divina, que no tiene mayor sustento en lo material sino que justamente se justifica en tanto dispositivo de subjetivación y los intereses de la institución.

Quizás pueda sonar exagerado, pero un ejemplo vendría a ser la campaña de desprestigio que la Iglesia ha llevado a cabo con respecto a personas homosexuales, particularmente con respecto al matrimonio homosexual. Aliada a psiquiatras de dudosa reputación o a concepciones ya obsoletas al menos 30 años atrás, busca patologizar dicha orientación sexual. Además de plantear lo catastrófico que sería el matrimonio homosexual para la humanidad. Declaraciones sostenidas en el aire.

Esto responde entonces al establecimiento de una moralidad rígida y de mandatos inflexibles donde la heterosexualidad es imperativa y el matrimonio, sagrado. Vemos como la institución es entonces cómplice de un sinfín de dispositivos de control.

Lo mismo podríamos decir con respecto al sexo fuera del matrimonio, visto como un pecado, concepto importante para garantizar la efectividad de las normas sostenidas por la institución. En la medida en que el realizar un acto sexual fuera del matrimonio, e incluso para un fin distinto de procrear, sería mal visto a los ojos de Dios, poniendo en peligro el favor de éste, es necesario arrepentirse y dis-culparse. La culpa es entonces otro elemento fundamental para el funcionamiento del código moral de la institución. La moralidad establecida por la Iglesia se instaura fuertemente en el psiquismo, en tanto su realización garantizaría la salvación y la vida eterna y blablabla. En resumen, se vuelve altamente deseable y se establece como vara que mide la actitud propia de cada uno de los súbditos de la iglesia. Y esto se internaliza por supuesto, y la culpa sirve para volver a encaminar al sujeto hacia el camino “correcto”.

Por lo tanto, lo anterior sirve como ejemplo para plantear la poca flexibilidad con la que cuentan quienes pertenecen a la institución católica, en tanto la institución no permite un campo de acción amplio, donde se facilite la reflexión sobre las prácticas realizadas y se posibilite el empoderamiento de los sujetos. Estos se someten a una jerarquía pre establecida y justificada a partir de un mandato “divino”, lo que no permite su discusión y su cuestionamiento desde la misma institución. De esta manera, no contarían con una gama muy amplia de herramientas que le permitan resolver situaciones particularmente críticas de manera comprensiva y dinámica, sino desde sus marcos de acción y reflexión rigidizados por la ideología de la iglesia católica.

Esto vale, a mi parecer, para todas las instituciones religiosas, que buscan mediar entre el sujeto y “lo divino” que este pueda sostener. La noción de Verdad que levanta cada una de ellas niega las posibilidades de otra forma de ver la vida y de actuar, distinta a la planteada por la institución, lo cual a su vez invisibiliza las posibilidades que otras maneras de pensar e intervenir en el mundo puedan aportar. Se cierra entonces al mundo más allá de su doctrina, y a las posibilidades de cambio profundo que puede devenir del contacto con la realidad material.



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