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domingo, 13 de enero de 2013

El viejo sin el mar


El viejo sentado en la plaza miraba el mar y el cielo y la ciudad, ahogado por el ruido de los autos y de lenguas extranjeras, ambas incomprensibles para él.  Esta ciudad ya no nos pertenece, extraños actores, espectáculos para el entretenimiento de pasajeros, aves de rapiña. ¿O quizás ahora los buitres somos nosotros? Suspira. Tose. Su mirada se fija en una pareja que camina por la (su) plaza; fija, seca, seria, perdida. Miraba los cabellos rubios de los jóvenes contra el viento porteño que los acariciaba, dándoles la bienvenida cual puta vieja. Mi puta ciudad.

Bonjour. Resuena la ausencia de la “r” en sus oídos, extraña, junto a esa “j” suave, europea. Hola. Tose. Suspira y se acaricia el rostro recorriendo cada una de sus arrugas y su piel morena al sol del puerto, lo que queda de su cabellera larga y blanca tiesa sobre sus hombros.

¿Marionetas? ¿Show de marionetas? Por alguna razón esperaba que lo entendieran, escasamente sucedía. Hacían como todos y lo miraban, sonriendo, pasando frente a él y sus muñecas, mirando los edificios que recién habían pintado especialmente para ellos y los paseos con pisos nuevos y barandas blancas inmaculadas.

Pero sus marionetas le hacían compañía con sus ojos blancos y sus labios sellados y sus alas y pequeñas patas. Sentía que le iban a hablar, pero algo se lo impedía. Entendía entonces que debía ayudarlas. No estaba ahí por los extranjeros, ni los palacios recién pintados, ni los pisos nuevos ni las barandas ni el dinero. Eran sus muñecos; marionetas extensiones de su cuerpo, le permitían experimentar lo que hace tiempo no lograba; a través de ellos podía realmente ver su ciudad como esta merecía ser vista. Así no era un espectáculo para nadie y podía reclamar su espacio, retomar su ciudad. Y eso pensaba distraído, tomado por el aire que baña el (su) puerto.

Se levanta lentamente, sus articulaciones resentidas por el tiempo sentado y la vida sentada sobre él, tomando sus marionetas y haciéndolas danzar. Y en esa danza todo tiene sentido. Y se revela como lo que es: una extensión de sus muñecos, única forma de vivir.

El viejo sentado miraba el mar y el cielo y la ciudad, pero solo podía realmente vivir a través de las marionetas, ahogado pro el ruido de los autos y de las lenguas extranjeras, todo incomprensible para él.



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